América Latina: sugerencias para una galería sentimental, 1984.
Jacobo Borges aparecerá en la pintura contemporánea para convertirse muy pronto en una presencia significativa del arte del Nuevo Mundo - con una serie de "Fiestas". Venezuela. Fiestas en sentido inverso, derivadas no de los recursos de la alegría colectiva, sino del ridículo del Poder y de la irrisión social para comprender, de este modo, que nos encontramos, en realidad, frente a unas "Antifiestas". La obra más conocida es "He comenzado el espectáculo, un cortejo mórbido compuesto de apariciones grotescas, sin material efectiva pero identificarlas fácilmente como los símbolos de la explotación y del vicio. El demonismo interno tiende a invadir la expresión de los títeres humanos que avanzan hacia el lugar de sacrificio fijado por el artista como punición final: no la muerte, sino el sarcasmo colectivo. El recuerdo de Goya no es ajeno a la vehemencia con la cual el pintor denuncia la degradación de la "Comedia Humana'', pero de manera compensatoria bañando toda la escena en aquella fastuosa cromática revelada a Berges por la obra de Ensor.
Con el paso del tiempo, el filón social será más intensamente explotado en su dibujo satírico, la pintura transformándose en una meditación siempre reanudada, desde ángulos diversos, sobre el espacio y el tiempo. Espíritu inquieto, carácter inflexible, temperamento luchador que recibe con lucidez los estados de crisis del individuo o de la sociedad, Borges interroga y, cuando sea el caso, polemizo, por el intermedio de la obra, consigo mismo, con el individuo o de la con la colectividad. Combina la crítica y la filosofía, la historia inmediata con la metafísica. Sediento de conocimiento, él adaptará a la pintura modalidades de disciplinas afines o alejadas, reuniendo informaciones, experiencias y sugerencias del campo de la física, de la química insistiendo, sobre todo, en la óptica domo ciencia así como la visión cinematográfica, la aventura de la escuela cinética, la escenografía teatral, las motivaciones de la semiótica, en un intento arriesgado, soberbio y hasta el final imposible, de incendiar el estatismo estructural de la pintura ofreciéndole, una vez más, la tentación demoníaca del movimiento. La materia, como un triste sortilegio del cual no es responsable el artista su presencia y se degrade. Los seres se liquefian y disponen aún de un muy breve lapso antes de confundirse indiferente. Por el momento asistimos al instante de la transición hacia la forma espectral exactamente sobre la línea limítrofe que separa lo real de lo irreal - lo real descolorido, cansado, frente a la nada. Los espacios se interpenetran, incluso pueden cohabitar dentro de la mirada interior del pintor - quien nos propondrá deliberadamente una doble lectura, para que el lector pueda descubrir no solamente las situaciones que existen dentro del cuadro sino también las que no existen... El arte como expresión vital, la pintura poniendo en relieve una nueva y compleja realidad que comprenderá no sólo la vida vivida, sino también lo que sólo imaginemos acerca de la existencia, lo que prefigura el futuro. Los tiempos, por lo tanto, coexisten, fundiendo el pasado con el futuro por el intermedio de los ligantes aunque tan quebradizos - que nos ofrece el presente, obteniéndose un tiempo esencializado, no sometido al transcurrir, conteniendo sus etapas dentro de la misma visión. La analogía con la perspectiva mágica - la cual igualmente puede contemplar la eternidad en una proyección simultánea del Todo - es tan sólo aparente. Mediante decantaciones sucesivas, la técnica mágica llegará a la plena serenidad final, imperiosamente necesaria, para el éxito de la operación visionaria mientras el clima de Borges reflejará insolubles tensiones dramáticas. Tanto la obra como el autor, presa de la misma angustia, quedan al acecho. En sus suntuosos interiores, amplias construcciones escenográficas para el espectáculo de la existencia humana, sorprenderemos al personaje aislado - pareja no menos ensimismada - como espectador pasivo, incapaz de oponerse, o al menos de comprender, los estragos causados por el tiempo alrededor. El futuro ha sido incluído en el presente ya que los muros se pulverizan mientras las nubes, símbolo de otro espacio y de otra duración, recorren el salón. Espacios paralelos, derivados, comunicantes, que se miran con indiferencia, con hostilidad, con desesperación, cuando no se ignoran, acaso, totalmente. El mismo ambiente es atravesado por el hombre y su reflejo, el hombre y su sombra, el hombre y el recuerdo, la experiencia consumada y la imagen que tomará, tarde o temprano, su lugar. Tiempo corrosivo que actúa como un ácido tan fuerte sobre la naturaleza humana como sobre la ambiental, atentando continuamente contra las apariencias, sin poderlas erradicar alguna vez. En el atolladero casi trágico hacia el cual pareciera hundirse Borges, el único adversario de talla el cual impide al Tiempo convertirse en Destino por ende la ciega fatalidad que fija el vacío como punto de destino final queda el recuerdo.
La simultaneidad visual de unos tiempos diferentes será uno de los ideales preferidos por Borges, si bien el pintor parece estar consciente de la temeridad del gesto, como también del alcance de los riesgos. La solución en plano estructural será la siguiente: el cuadro será fragmentado en 2-3 secciones verticales, todas repitiendo el mismo espacio, pero el tiempo de cada postigo es diferente - lo que presupone modificaciones leves o más profundas, modulaciones casi dramáticas de la materia, así como alteraciones que se producen en las relaciones entre los elementos componentes. Otras veces, no el impacto del tiempo sobre las forma corruptibles será la meta perseguida por la obra - sino las diferentes representaciones de un mismo personaje: así como él se imagina a sí mismo, como se lo imagina otra persona, como se lo imagina la sociedad - la cual lo engloba, habitualmente, en imágenes prefabricadas, a menudo, con muy precisas intenciones mistificadoras. Sea que en el primer plano opere la interrogación filosófica, sea que el observador prefiera la perspectiva social, los resultados parecen ser, al final, los mismos: la materialización del ser, la substitución de las criaturas reales por sus fantasmas, - y hasta por los fantasmas de unos fantasmas. Para no dejar dudas respecto a su programa, Borges se define con lucidez y franqueza: "yo soy un artista preocupado en primer lugar por lo que estoy comunicando. No me interesa el estilo. Me interesa el cómo son representados los trabajos.... Mi obra es semejante a una lectura inversa. Todas estas estereotipias, fetiches, mitos están aquí en situaciones nuevas, lo que impone volver a meditar sobre ellas."
En las obras del último período aparecerán, siempre con más frecuencia, en el cuadro signos extraños - alguna flecha o una X dirigida hacia un personaje que queda, así, destacado del conjunto. Las indicaciones gráficas son fortuitas, apartienen indudablemente a una perspectiva exterior, situadas fuera de la obra y no de la lógica interior de la composición. El gesto, de cualquier manera que se le mire, es chocante. El fin perseguido por Borges parece ser demostrativo, por lo cual, appartiene a la lucidez, la relación es fría y distante; se le sugiere al espectador la sospecha de que el personaje delimitado por la señal tuviera una función especial, que presente un interés, debe ser identificado - ¿pero cómo? Ahora el espectador que mira pasa al primer plano antes del autor, invitado a entrar por el lienzo como por una puerta semejante a un sui-generis Sherlock Holmes de lo imaginario, siempre predispuesto a solucionar un enigma apenas se le haya ofrecida una pista. Pero aquí la analogía termina.
El espectador- detective no podrá resolver el enigma sugerido por Borges visto que nunca dispondrá de la certeza de la verificación de sus hipótesis. Y tampoco el artista le ofrece alguna indicación adicional respecto a la importancia real del personaje puesto bajo señal. El espectador, si acepta el reto del pintor de salir solo monteando detrás de la caza al otro lado del cuadro, podrá llevarse todo un instrumental existencial: sus propios disfraces, recuerdos, emociones reprimidas e ilusiones,vagas esperanzas, premoniciones, pasadas iluminaciones y presentes intuiciones, revueltas sofocadas o en estado de gestación; lo que fue vivido, lo que fue olvidado. ¿Sabremos, acaso, utilizar todos estos materiales finos para andamiar la ficción - y la ficción en este caso es el equivalente de la verdad de la experiencia colectiva - encontraremos en la oscuridad la buena llave maestra para abrir la puerta del enigma? Hay bastantes motivos de duda. Y nosotros los espectadores, igual que el artista, disponemos ya de tantas vidas.... ¿A cuál de ellas tomarla de modelo?
El sueño altivo y soberbio de Jacobo Borges fue el de obtener - incluso de forzar - el acceso, por el intermedio del arte quindo por una máxima lucidez, a una nueva realidad, en el mundo de la libertad total. Y el pintor ejecuta un verdadero asalto frontal, después de haber sido previamente comprobada la capacidad de resistencia de los contrafuertes del misterio humano, el tiempo y el espacio. Sueño soberbio, sueño imposible. La nueva realidad dentro de la cual penetramos- si es que realmente entramos en ella no se presenta menos títeres del pasado - manipulados por la historia, por las fuerzas Sociales ceden el puesto a los ectoplasmas del futuro. Salimos de un laberinto para entrar en otro. ¿Pero existe, acaso, la nue anhelada por el artista? ¿No es justamente el plano topográfico del laberinto en el cual descubrimos nuestra existencia, el único proyecto fundamental, accesible para nuestras fuerzas y como tal la única oportunidad de lograr la victoria, en todos los casos, la única certeza ?
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Dos coordenadas lo sostienen: el tiempo y el espacio. En mayor medida que el tiempo que pasa se demora en las cosas, el cual se trata del tiempo que ni se detiene ni corre: que da como una categoría que imprime esta perspectiva, ambigua y atenuada, a lo real. Lo real aparece y desaparece en el ancho marco de una tal categoría: se cuela a través de la superficialidad formal del hiperrealismo y la superficialidad criptiva del mensaje informativo. des
Las imágenes pierden su precisión al ser invadidas por el tiempo retardado. Ni siquiera la condición rigurosamente frontal de la representación pintada por Borges, ni siquiera esto no lo obligue limitarse a la descripción de las imágenes. Con una enorme riqueza de medios las friega y las espesa o las disuelve, las sobrepone, les impone disolverse o, al contrario, situarse a través del contorno duro del retrato frontal. El tiempo retardado está de esta manera entretejido de continuos atropellos: esta urdimbre temporal se convierte en una obra maestra de infracciones que se cruzan.
En el plano plástico, el tiempo retardado se resuelve en una atmósfera irreal la cual resulta de la lucha entre la imposición de lo cotidiano y el deseo de rebasar, de no perder el pasado y el futuro para poder dominar el presente.
MARTA TRABA